Hasta calcarme y perderme

Algunas ideas insistentes solían llevarme
a los parajes del viento donde los trenes no llegan,
ni el mayor de los osados, ni el menor de los menguantes,
ni el polvillo que la luna deja escapar los domingos,
nadie… nada ni nadie… nada.

El viento, y algunas luces oscuras, tangueras, loables,
para no verme tan ciego y no sentirme impalpable;
y un pedacito de mi soledad paulatina y delirante
como el silencio en corcheas -la verborragia del alma-
que se acostaba conmigo solo para acompañarme.

Iba con mi anatomía de flacuchón insipiente
pensando que llegaría, por ir pensando, a ser hombre,
por las calles de un baldío universalmente enano,
corto, chico, breve, angosto,
diría que como algunas ideas que suelen ponerse pesadas
(y no precisamente por su envergadura)
llevando mis risotadas que me asemejan a un loco
hasta calcarme y perderme…

Y volver con los osados, los trenes y los menguantes,
para morir los domingos, para volver a ser polvo.

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