El otro exilio

Cada diástole no era más que una ilusión
que nos llevaba a buen puerto en cada pulso
mientras nos despintábamos de rojo el corazón.

Cada sístole un final tan prematuro
que nos quitaba de cuajo el sinsabor
de la sangre a la intemperie de la herida.

Pero la calma anunciaba un temporal…

y brindamos con aceite de ricino
sobre el barro hecho de lágrimas y esfuerzo
e inspiramos por vez última en el mar
que amontona bisabuelos con bisnietos

y sentimos los misterios dolorosos
del Rosario sin amén y de rodillas
y nos fuimos arrancando de raíz
y nos fuimos resembrando en otra tierra

y aunque a veces regresamos al lugar
en que han muerto los abrazos peor dados,
no habrá diástole ni sístole al final,
cuando tras el horizonte esté el pasado.

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